9 DE JULIO DIA DE LA RUPTURA DEFINITIVA DE LA DEPENDENCIA POLÍTICA EXTERIOR
El 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán, integrado por representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata declaró la independencia de nuestro país. Esta gesta histórica, que completó el proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810, significó la ruptura definitiva de los vínculos de dependencia política con la corona española y, al mismo tiempo, la renuncia a toda dominación extranjera.
La diferencia esencial repecto a la celebración del 25 de Mayo, es que la gesta de la independencia comprometió e involucró a todas las provincias y no sólo a Buenos Aires y el puerto. El 9 de Julio evoca la jornada en la que el grupo de representantes de las Provincias Unidas confirmó en una declaración su intención de poner fin a siglos de dominio colonial español.
La Declaración de la Independencia fue un acto soberano y colectivo. El histórico Congreso de Tucumán de 1816 reunió a diputados que sesionaron y debatieron día a día durante muchos meses para proyectar una nueva nación. Allí se trazaron los primeros lineamientos de lo que luego sería la República Argentina.
Una vez que llegaron los congresales y se dio inicio al Congreso el 24 de marzo de 1816, los primeros temas que se trataron fueron, entre otros: los recursos para el ejército Libertador, la acuñación de una nueva moneda, demarcación de límite provincial y la organización de las fuerzas castrenses.
En mayo se designó con la máxima magistratura mayor de las provincias a Juan Martín de Pueyrredón, nadie como él para entender y apoyar a las demandas de San Martín y su empresa libertadora.
San Martín presionaba, ya desde enero en la correspondencia que le envía a su amigo Tomás Godoy Cruz y diputado por Mendoza, argumentando que en la base de toda acción de gobierno se necesitaba de la declaración de la Independencia. Trabajó por la unidad nacional como base de la independencia política con la cual buscaba respaldarse para reconquistar Chile y trabajar por la libertad de América.
El día 9 de Julio de 1816, tras un trabajo de nueve horas de debate el presidente de aquel momento, Narciso Francisco Laprida realiza la memorable pregunta: «¿Queréis que las provincias de la Unión sean una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli?»
Todos los diputados contestaron afirmativamente. De inmediato, se labró el «Acta de la Emancipación».
Desde el punto de vista político representaba el paso previo y necesario para llevar a cabo la ofensiva militar a otras regiones, concretada en la magna empresa de San Martín. Esta Declaración fue en todo tiempo observada como la base constitutiva de las provincias rioplatenses, pese a que no concurrieron al Congreso diputados por las provincias del Litoral, la Banda Oriental, Santa Fe y Paraguay.
En 1816 convergen dos hechos destacados: la declaración de la Independencia de un nuevo país, hoy llamado Argentina y la organización final del plan de guerra de José de San Martín, que garantizaría la Independencia y llevaría el triunfo de los revolucionarios más allá de las Provincias Unidas.
El contexto internacional era sumamente complejo. Para 1816, España se había liberado de los franceses, el Rey Fernando VII había vuelto al trono y se predisponía a recuperar los territorios americanos que estaban en manos de los revolucionarios. El ejército realista comenzó a avanzar victoriosamente por toda la región derrotando a una parte de los movimientos independentistas americanos.
En este contexto tan difícil, las Provincias Unidas se juntaron para decidir qué hacer ante la situación. El Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sudamérica se reunió en San Miguel de Tucumán para limar asperezas entre Buenos Aires y las provincias, cuyas relaciones estaban deterioradas. El Congreso funcionó en la casa de una importante familia local hoy convertida en Museo Casa Histórica de la Independencia.
Cada provincia eligió un diputado cada 15.000 habitantes. ¿Y cómo llegaban hasta ahí los congresales? En ese entonces, no había caminos construidos y la gente viajaba en carretas tiradas por mulas o en diligencias. La travesía hacia Tucumán podía tardar muchas semanas. Por eso, los viajantes arribaban sucios, con hambre y cansados, pero sabiendo que estaban allí para tomar una decisión muy importante.
Para llegar al Congreso, los diputados tuvieron que recorrer largos caminos en galeras y sopandas. El viaje de Buenos Aires a Tucumán, por ejemplo, duraba entre 25 y 30 días. El viaje en carreta, esos grandes carros de madera que eran tirados por una o más yuntas de bueyes, era más largo y podía durar por el mismo trayecto hasta 50 días.
Las sesiones del Congreso se iniciaron el 24 de marzo de 1816 con la presencia de 33 diputados de diferentes provincias de un territorio bien diferente a lo que hoy es Argentina. Por ejemplo: Charcas, hoy parte de Bolivia, envió un representante. En cambio, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fé no participaron del Congreso porque estaban enfrentadas con Buenos Aires y en ese entonces integraban la Liga de los Pueblos Libres junto con la Banda Oriental, bajo el mando del Gral. José Gervasio Artigas. El representante de La Rioja, Pedro Ignacio de Castro Barros, fue uno de los primeros presidentes del Congreso durante esos meses trascendentales.
Lo fundamental del congreso fue que el 9 de julio de 1816 los representantes firmaron la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica y la afirmación de la voluntad de “investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” y “de toda otra dominación extranjera”.
De este modo, después del proceso político iniciado con la Revolución de Mayo de 1810, se asumió por primera vez una manifiesta voluntad de emancipación. La Proclama es considerada el documento fundacional de nuestro país.
¿Qué pasó el 9 de julio de 1816?
La Independencia aparece asociada a una idea clave de la modernidad: la emancipación, que alude al momento en que un sujeto es capaz de asumirse como tal ante sí y ante los otros. En el marco de las filosofías del iluminismo, muchas de ellas inspiradoras de los movimientos independentistas, la “emancipación” era concebida como la instancia en que un sujeto adquiría la “mayoría de edad”, no sólo en el ámbito privado sino en la vida social, política e histórica. La Independencia, concebida como “emancipación”, aparece de este modo, como el deseo social de vivir sin tutela.
Distintas tradiciones pedagógicas y educativas en nuestro país y en el continente americano consideran que la “emancipación” es un objetivo fundamental de todo proceso educativo. Para algunas, sobre todo aquellas inspiradas en variantes del iluminismo, no hay emancipación sin la transmisión de saberes y valores tendientes a la construcción de una ciudadanía responsable; otras, identifican la “emancipación” con el despliegue de los propios saberes y valores que conforman la cultura popular.
En los años de la Independencia no todos accedían a la lectura y la escritura. Para las mujeres era una práctica vedada. También para los gauchos, los negros y los indígenas. En Catamarca cuando las autoridades descubrieron que el mulato Ambrosio Millicay sabía leer y escribir lo azotaron en la plaza pública. Los que sí podían aprender a leer, sobre todo los varones de las clases acomodadas, se alfabetizaban a través de los llamados silabarios.
En la medida que manifiesta el deseo social de vivir sin tutelajes, la emancipación forma parte constitutiva del horizonte utópico de las actuales sociedades democráticas. Si en 1816 los congresales reclamaban al mundo el reconocimiento de un nuevo “sujeto político”, en la actualidad distintos grupos sociales -desde los movimientos feministas a los inmigrantes, de los jóvenes a los pueblos originarios- en el acto mismo de peticionar por sus derechos, exigen ser reconocidos como “sujetos”.
¿Qué significa ser independientes?
La Independencia consolidó un nuevo grupo dirigente integrado mayormente por americanos descendientes de españoles. Este grupo, no sólo por sus convicciones sino porque el escenario de guerra lo demandaba, convocó a otros sectores a sumarse a sus luchas. Porque, aún con ambivalencias, el proceso de la Independencia construyó un nuevo horizonte para pensar la libertad y la igualdad: posibilitó nuevas oportunidades para las clases populares, creó un contexto más favorable para la demanda de derechos de distintos grupos, brindó oportunidades de ascenso social antes desconocidas y, en algunos aspectos importantes, abrió la posibilidad de desafiar las jerarquías sociales existentes.
Por ejemplo, en 1812, se prohibió el tráfico de esclavos y la Asamblea del año XIII proclamó la libertad de vientres. Gran parte de las oportunidades de ascenso social para este grupo y otros estuvieron ligadas a la incorporación a las milicias. Fueron muchos los esclavos que se sumaron bajo la promesa de que lograrían su libertad al fin de la guerra.
El ejército, a su vez, generó condiciones de ascenso social para los plebeyos y los pardos, algunos de ellos, incluso, llegaron a ser oficiales. La vestimenta era sin duda un rasgo importante de distinción social: la levita, de origen europeo, era usada frecuentemente por la dirigencia. En cambio, el poncho, de origen indígena, era una prenda típica del bajo pueblo. El carnaval era uno de los lugares privilegiados donde estas diferencias se lograban confundir.
La libertad no se dijo de igual manera en todas las regiones de las Provincias Unidas. En el litoral, por ejemplo, hacia 1815 José Gervasio Artigas proclamó la confiscación de bienes de los “malos europeos y peores americanos” y repartió las tierras entre sus tropas, integradas mayoritariamente por gauchos. El igualitarismo de esta experiencia quedó expresado en una frase que hizo historia: “¿Por qué naides más que naides ha de ser más superior?”.
En Salta, bajo la protección de Martín Miguel de Güemes, los pequeños propietarios de tierras que integraban su ejército reafirmaron su tenencia frente a los grandes propietarios. También los arrenderos tuvieron la posibilidad de acceder por primera vez a la propiedad de la tierra y los gauchos tuvieron acceso al ganado y aspiraron a reclamar una propiedad como premio por su lucha.
Es decir que la Revolución tuvo dos caras para las clases populares: por un lado, una promesa de libertad y, al mismo tiempo, un enorme costo que se tradujo en el desgaste físico, las heridas o, incluso la muerte en el campo de batalla. Los cielitos de la época, en especial los de Bartolomé Hidalgo, reflejaron estas dos caras de la Revolución para las clases populares.
Por último, el elenco dirigente buscó interpelar a los pueblos originarios, sobre todo a los que vivían en el camino hacia el Alto Perú. El objetivo de incorporarlos a los ejércitos con la convicción de que representaban el grupo social que más había sufrido la violencia por parte de los españoles. En este sentido es célebre la Proclama de Tihuanaco, en donde Juan José Castelli proclamó la igualdad entre todos los hombres, indígenas y criollos.
En esa misma línea, inspirado en el libro Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, Manuel Belgrano propuso a los constituyentes, en la sesión secreta del 6 de julio de 1816, instituir para las Provincias Unidas una monarquía constitucional incaica. ¿Por qué este régimen de gobierno? Porque Belgrano percibía que la monarquía estaba recuperando posiciones en Europa, de modo tal que la adopción de otra forma de gobierno, según su razonamiento, podía afectar el reconocimiento y la aceptación de la Independencia de parte de las naciones europeas y del papado.
Se trataba de una monarquía constitucional, es decir, moderada, donde sólo el Ejecutivo fuera decidido por linaje real. Y lo que es fundamental: el trono de esa monarquía debía ser ocupado por un Inca, Juan Thopa Amaru, tomado prisionero tras la rebelión indígena contra el dominio español en 1780 dirigida por su hermano, Tupac Amaru.
De todos modos, la marca más rotunda de la necesidad de incorporar a los pueblos originarios a las luchas independentistas constituyó el hecho de que la propia proclama de la Independencia fue publicada en quechua y aymará para su difusión. Sin embargo, esta presencia se fue eclipsando durante el siglo XIX.
La “narración americana”, esa que construyeron quienes encararon la Independencia, y que buscaba ampliar las bases de sustentación de ese proyecto, devino en una “épica criolla”, es decir, en un relato que asignaba a los americanos descendientes de españoles, los “criollos”, el protagonismo casi exclusivo en las luchas por la emancipación.
La Independencia transformó la vida de las personas porque legitimó los deseos de libertad individual y de igualdad jurídica. Y también habilitó aspiraciones de mayor igualdad social. Visto retrospectivamente, y como ejercicio de memoria, lo que parece claro es que no hay proceso histórico tendiente a la ampliación de la libertad y la igualdad sin el protagonismo y la participación popular, como la que tuvieron, con todas sus tensiones, los esclavos, los negros, los indígenas, los pardos, los gauchos y los americanos descendientes de españoles durante las luchas por la Independencia.
El recuerdo de esta fecha y la conmemoración de los acontecimientos de 1816 reactualizan las aspiraciones por lograr mayor libertad e igualdad y reafirman la voluntad popular de dirigir su propio destino. En un nuevo aniversario honramos la declaración de la independencia, acontecimiento clave de la historia política de nuestro país, sobre la cual se construyeron los cimientos de nuestra República Argentina. (Min. Educación y propia)