ARBOLITOS: EL NEGOCIO DEL COMERCIO ILEGAL DE DIVISAS EN ARGENTINA
Instalados definitivamente en el paisaje de ‘la city’ porteña, los agentes del comercio informal de la divisa concretan lucrativos negocios al calor de la volatilidad cambiaria. Ante las restricciones para la compra legal de la moneda, el mercado paralelo no para de crecer. Radiografía de la compleja maquinaria alimentada por la especulación.
Bocinas, sirenas y una frase que resuena como mantra en cada esquina: «cambioo dólares, cambioo». El microcentro de la Ciudad de Buenos Aires es el marco por excelencia donde se desarrolla el comercio ilegal de la divisa estadounidense: el tan cotizado dólar blue.
Mientras el Banco Central lucha por retener las escasas reservas de divisas en sus arcas, con el objeto de evitar una devaluación —motivo por el cual el Gobierno anunció nuevos tipos de cambio para encarecer el acceso en el sistema legal—, en el sector clandestino la cotización casi duplica a la formal: ante un dólar oficial de 284 pesos, el paralelo supera en los 600 pesos, una brecha superior al 90%.
Ante un sinfín de restricciones para el acceso a la divisa oficial, el dólar blue supone una alternativa para los ahorristas que buscan resguardar su poder adquisitivo ante una inflación que supera el 115% interanual.
Pese a que el mercado ilegal tiene casi 90 años de historia en el país, el origen de su exponencial crecimiento se ubica en la implementación de los «cepos» que impuso la entonces presidenta Cristina Fernández (2007-2015), que Mauricio Macri levantó en 2015 y luego reinstauró en 2019, y que hoy sigue vigente bajo la Administración de Alberto Fernández.
La calle Florida, en el epicentro de la city porteña —como se conoce al microcentro—, constituye el escenario donde trabajan los arbolitos: personas cuya labor consiste en atraer a los interesados en vender o comprar la moneda estadounidense por fuera del sistema legal.
El nombre con el que fueron bautizados proviene del verde de los billetes que ofrecen y de que se encuentran de pie en medio de las calles.
«Nuestro negocio es la compra-venta. Lo importante es que siempre haya movimiento, pero esto es día a día. A veces el contexto ayuda y, ante la incertidumbre, podés jugar más con el precio», revela a Sputnik un vendedor apostado en una de las esquinas más famosas del microcentro, quien pide mantener su identidad en reserva.
Las semanas de intensos movimientos como la que cerró este 28 de julio —en la que el blue acumuló una suba de 24 pesos para alcanzar los 551—, se narran en primera persona en el microcentro bonaerense: «Estos días fueron raros. El lunes [24] no hubo operaciones porque la verdad es que nadie quería vender ante la posibilidad de que siguiera aumentando», cuenta el entrevistado.
Los arbolitos son apenas la punta del iceberg de una compleja maquinaria. Cuando un cliente es cautivado por la oferta, el agente, por motivos de seguridad, lleva al comprador hacia una cueva, el espacio donde se concreta la transacción: puede ser desde una lujosa oficina hasta un consultorio o incluso un kiosco de la calle.
«El precio puede variar minuto a minuto», remarca ante Sputnik un cuevero, mientras mira el celular de reojo. Es que la fijación del valor de cada intercambio se orienta en torno a las actualizaciones constantes que proveen los «corredores» con quienes estos agentes operan, frecuentemente vinculados a una entidad formal —como una casa de cambio— que opera tanto en el mercado legal como en el clandestino.
«Hay varios puntos en común entre el circuito formal y el informal. Si bien son esferas diferentes, muchas financieras actúan como agentes de cambio blue», reconoce el operador tras terminar su café en un bar del casco histórico porteño.
Si bien algunos perciben un ingreso fijo, la mayoría de los arbolitos vive de una comisión que obtiene por cada venta y de la diferencia que logra arañar al cliente con respecto al precio fijado.
Cada negociación es un mundo: habiendo una competencia de más de 40 vendedores concentrados en poco más de cuatro cuadras, la habilidad del comerciante resulta crucial para sacar el mayor provecho posible: con apenas insistir, puede conseguirse un precio sustantivamente mejor.
«Recién un brasileño me vendió 1.000 dólares a 530 pesos (la unidad), y como el precio que me pasaron es de 545 pesos, yo gané 15.000 pesos. Pero es todo volátil: un día podés llevarte 50.000 y al siguiente levantar apenas 2.000. Muchas veces depende de la cara del cliente que se acerca y de cómo trabajás la operación», reconoce el mercader.
«El corredor es la figura que da liquidez a quien la necesita: es un intermediario. Ellos generan los dólares y después los ubican, y las cuevas son los que tratan con el cliente final. Su negocio consiste en terminar el día con la misma cantidad de dólares y una ganancia en pesos», informa un trader con 10 años de experiencia en el mercado.
El perfil de los clientes es variopinto. «La mayoría de los argentinos que vende lo hace para llegar a fin de mes, suelen ser montos bajos, como 200 o 300. Los extranjeros son los que vienen con sumas algo superiores: principalmente son de Brasil y Uruguay, que aprovechan el tipo de cambio. Las operaciones más grandes, de hasta 50.000 dólares, vienen de la mano de representantes de empresas que buscan sacarse los pesos de encima», grafica el agente.
Esos montos influyen en el precio. En un mercado relativamente pequeño, donde —según cuentan los especialistas— suelen moverse menos de 5 millones de dólares diarios —a diferencia del circuito oficial, en el que las operaciones superan los 1.000 millones—, intercambios como los que narra el entrevistado inciden.
Hay quienes dicen que los «amigos» circunstanciales de cada gobierno siempre están a la orden del día para volcar dólares al mercado y así hacer bajar el valor de la moneda.
El hecho de que las transacciones ocurran a plena luz del día, en una de las zonas más transitadas de la ciudad, no altera a los operadores. «Nunca hubo problemas reales con la policía. Hay negocios con gente muy poderosa de por medio», confiesa un trader.
Al menos en la formalidad, esto no siempre se verifica. A mediados de julio, el Gobierno ordenó allanamientos en 23 cuevas de la city porteña para intentar avanzar sobre el mercado ilegal.
Sin embargo, a veces los rumores llegan antes que la policía: «La semana pasada ni salimos a la calle porque nos habían avisado que iban a estar controlando. Se vaciaron las esquinas de repente», cuenta un arbolito.
Según los corredores consultados, el dinero que se pone en juego en las grandes operaciones suele provenir de un negocio ilegal. «Los dólares que entran a la entidad financiera en negro, van a seguir circulando así porque no están declarados. El concepto ideal es que toda la plata en blanco se mueve en blanco y toda la plata en negro se mueve en negro», explica uno de ellos.
«Una gran porción de los que acceden al mercado ilegal son los que tienen dinero no declarado. No significa que sea un terrorista o un narcotraficante: alcanza con que sea alguien que no facturó un trabajo puntual y no puede justificar ese ingreso», narra un operador.
En un país cuya memoria está atravesada por la profunda crisis socioeconómica del 2001 —cuando se restringió a los ahorristas el acceso a su dinero depositado en el banco—, la industria parece tener futuro.
Según uno de los conocedores del sector, «el arbolito va a existir siempre que haya un mercado informal y gente dispuesta a guardar la plata en su casa abajo del colchón. En otros países puede no ser así porque es raro que se ahorre en moneda extranjera».
Hay que agregar que se cuenta con la complicidad y tolerancia de la AFIP que no dispone de controles de caja para certificar las operaciónes y ganancias como ocurre con la venta de patatas o de las propias fuerzas federales de seguridad que saben y conocen cuáles son las «cuevas» y donde se manipula ese dinero informal o incluso sus funcionarios hacen sus transacciónes.-
Son las 11:00 horas en la calle Florida. A metros de la Casa Rosada, sede del ejecutivo argentino, y del Ministerio de Economía, donde las autoridades delinean las medidas para proteger el tipo de cambio oficial y no ceder ante las presiones devaluatorias, el mercado ilegal se desarrolla en todo su esplendor.
Los arbolitos todavía tienen por delante unas cuantas horas de voraginoso trabajo para sacar el mayor provecho del intercambio de un bien que, aun cuando su valor es producto directo de la especulación, orienta la conducta de los argentinos. (Sputnik)