ASI SE DESCUBRIÓ LA LEGENDARIA BABILONIA
De 1898 a 1917, el arqueólogo alemán Robert Koldewey, utilizando una moderna metodología científica, excavó las ruinas de la legendaria ciudad de Babilonia, en el actual Iraq, revelando al mundo el esplendor de una de las mayores y más importantes metrópolis de la historia.-
Los antiguos profetas judíos predijeron a menudo la total destrucción de Babilonia, en la época en que ésta era la ciudad más poblada y poderosa de Mesopotamia, entre los siglos VII y VI a.C. Jeremías, por ejemplo, proclamó: «Ba- bilonia será convertida en un montón de ruinas, una madriguera de chacales, un mo tivo de estupor y de burla y un lugar deshabitado».
Finalmente, los oráculos se cumplieron, y Babilonia fue varias veces saqueada y entró en declive. Prácticamente abandonada, fue consumiéndose y desapareciendo lentamente entre el polvo y las filtraciones del Éufrates.
Los primeros viajeros europeos que la visitaron no vieron más que ruinas. El rabino Benjamín de Tudela, en el siglo XII, escribió: «Las ruinas de la antigua Babel tienen una extensión de treinta millas; todavía se encuentra allí el palacio derruido de Nabucodonosor y los hombres temen entrar en su interior al estar infestado de serpientes y alacranes».
RIGOR GERMÁNICO
El estado del lugar desanimó a los arqueólogos que trataron de excavar el yacimiento. A principios del siglo XIX, Austen Henry Layard, el primer en intentarlo, renunció ante la enorme cantidad de escombros que debía remover. Pero la situación cambió cuando, en 1898, el emperador alemán Guillermo II impulsó la creación de la Deutsche Orientgesellschaft, la Sociedad Alemana para el estudio del antiguo Oriente, cuya primera misión fue la excavación de las ruinas de Babilonia.
La dirección de la empresa se ofreció a Robert Koldewey, historiador del arte, arqueólogo y arquitecto con gran experiencia de campo en excavaciones europeas y orientales. Koldewey ya había participado, en 1887, en la excavación de los yacimientos mesopotámicos de Surghul y al-Hiba, donde se familiarizó con la arqueología del adobe, esencial en el éxito de su futura misión.
En primer lugar, Koldewey fue enviado a Babilonia en una misión de reconocimiento y allí descubrió los primeros ladrillos esmaltados de la aún desconocida puerta de Ishtar. A su regreso a Berlín informó de que Babilonia sería el lugar perfecto para llevar a cabo las excavaciones.
Cuando seguidamente se le notificó su nombramiento como director, exclamó en una carta: «Me han nombrado director de las excavaciones con una paga de 600 marcos mensuales… ¡Estoy loco de alegría! Cuando pienso que si alguien me hubiera dicho hace dieciséis años que yo llegaría a realizar excavaciones en Babilonia le habría tomado por un loco…».
Koldewey fue uno de los primeros auténticos arqueólogos de Oriente, en un momento en que llegaba a su fin la figura del excavador-erudito que había imperado hasta entonces. Acompañado por un equipo multidisciplinar, en el que figuraban especialistas como el arquitecto Walter Andreae o el filólogo y asiriólogo Bruno Meissner, Koldewey demostró un extraordinario rigor en el método arqueológico e hizo de la excavación de Babilonia la mejor llevada en Mesopotamia hasta entonces.
Koldewey no sólo se preocupaba por los grandes y bellos objetos; recuperaba todos los fragmentos que encontraba, los identificaba, catalogaba y restauraba para posteriormente enviarlos a Alemania o Estambul, donde eran depositados en los museos. Además, llevaba un meticuloso diario de excavación en el que dejaba de lado la literatura de aventuras y se limitaba a explicar los descubrimientos de una forma analítica y muy profesional, alejada de los pintorescos y románticos relatos anteriores.
Hizo gala, asimismo, de una excepcional capacidad de organización y de logística y de una entrega sin límites a su labor. Desde que empezó sus trabajos en marzo de 1898, trabajó en el yacimiento de forma prácticamente ininterrumpida hasta 1917; de hecho, durante los primeros seis años no dejó el yacimiento más que una sola vez.
Su mente estaba preocupada tan sólo por el éxito de la misión. En su diario se dirigía a sí mismo esta frase: «Bueno, Koldewey, ahora puedes hacer esto pero nada más que esto. ¡Todo lo demás no importa!». Su estrecho colaborador Walter Andreae testimoniaba: «Podría casi asegurar que Koldewey vivió y pensó día y noche en estas ruinas y descubrimientos durante los diecinueve años pasados en Babilonia y los ocho últimos de su vida en Alemania».
Koldewey inició las excavaciones en una zona conocida entre los árabes como el Kasr (el Castillo), donde una tradición situaba los palacios de la ciudad. Realizó allí una gran cata de 10 por 15 metros. Ante su asombro aparecieron dos muros paralelos con una distancia entre ellos de 41 metros.
Al principio pensó que eran los muros del palacio real, pero en realidad se trataba de un monumento no documentado en las fuentes: la gran avenida procesional de la ciudad, con sus ladrillos esmaltados en forma de leones y dragones, símbolos de los dioses Ishtar y Marduk.
Presionado desde Berlín a fin de que hallara piezas que pudieran trasladarse a Alemania y exponerse en los museos, Koldewey tuvo que realizar nuevas catas que le permitieron, en un plazo de apenas tres años, devolver a la luz los edificios más significativos de Babilonia.
LA TORRE DE BABEL
Pese a ello, sólo había explorado una pequeña parte del extenso yacimiento de Babilonia, de 300 hectáreas. Faltaban por descubrir aún sus formidables murallas o el zigurat Etemenanki, identificado con la legendaria torre de Babel. Este último edificio había quedado muy dañado en tiempos de Jerjes (sigloV a.C.), y las filtraciones de agua, a causa del alto nivel freático del río, habían engullido los ladrillos de arcilla, de modo que lo único que quedaba de él era un charco con la forma cuadrada de la base y la marca de la escalera principal.
La mayoría de piezas fueron enviadas a Berlín, pero no fueron exhibidas hasta más de diez años después de terminadas las excavaciones. Entonces causaron una gran impresión entre el público, que no sólo podía admirar un arte nuevo y desconocido, sino palpar la realidad de la ciudad más mítica de toda la historia: Babilonia. (National Geographic)