LA DINASTÍA REINANTE MÁS ANTIGUA DEL MUNDO ES LA CASA IMPERIAL DEL JAPÓN
Si preguntásemos cuál es la monarquía en vigor más antigua del mundo, probablemente la mayoría de los lectores dirían que la inglesa sin pensarlo demasiado. Sería una respuesta errónea. Hay que desplazar el centro de atención hacia Extremo Oriente porque allí es donde se halla Japón, cuya kōshitsu o Casa Imperial lleva más de dos milenios y medio al frente del país.
No posee un nombre oficial, pero se la conoce informalmente como dinastía Yamato en alusión a la Yamato Ōken, una alianza tribal de la región homónima firmada en el siglo IV d.C. entre las principales familias nobles del centro y occidente del archipiélago, que a su vez da nombre al período de la Antigüedad japonesa.
Registros de los tres reinos, una obra china de finales del siglo III d.C., recogió por primera vez la palabra Yamatai (o Yamatai-koku, es decir, país Yamatai) para referirse a los dominios de Himiko, una reina chamán que vivía en el territorio del actual Japón. La primera denominación conocida de éste era Wa (palabra peyorativa que significa «enano», debido a que entre chinos y coreanos estaba muy extendido el tópico de que los nipones eran de pequeña estatura), correspondiente al período Yayoi (que va desde el Neolítico a finales de la Edad del Hierro), al que siguió el período Jōmon (hasta el año 300 a.C. aproximadamente).
Nadie sabe con exactitud a qué región correspondía Yamatai; ni siquiera hay certeza de que ese término esté relacionado con Yamato, zona que hoy corresponde a la prefectura de Naru. En cualquier caso, tras la muerte de la reina Himiko, un rey desconocido ocupó su lugar durante un corto período y luego reinó la reina Toyo (también llamada Iyo), a la que algunos historiadores consideran madre de Sujin, que aparece como el décimo emperador en las listas tradicionales aunque algunos investigadores lo consideran legendario y lo identifican con el primero, Jimmu, al que se habrían transferido sus datos biográficos. Sea como fuere, después Yamatai desapareció de los registros históricos.
Un siglo más tarde apareció la Yamato Ōken o Realeza de Yamato, que abarcaba la citada región de Nara en un contexto en el que el archipiélago japonés todavía no estaba unificado y había en él varios centros de poder. Para asegurar su posición frente a los demás, los Yamato acordaron vasallaje con las dinastías chinas Jin Oriental y Liu Song, manteniendo también relaciones diplomáticas con los reinos coreanos de Baekje y Gaya. Las fechas son confusas, como lo es la información, que remite exclusivamente a fuentes chinas.
Una teoría defiende la coexistencia de dos dinastías simultáneas, los Yamataikoku en Kyushu y el reino de Yamato en la región de Kinai, aunque otra propone que hubo más. El caso es que dio comienzo el período Kofun, que se extendió hasta el siglo VII, cuando le sucedió el período Asuka (538-711).
En ellos se puede hablar ya de dinastías arraigadas, con cuatro poderosos okimi o mandatarios sucesivos: Seinei, Kenzo, Ninken y Buretsu, que empezaron a romper la dependencia de China. Centradas en el gobierno interior, las dinastías entraron en guerra a menudo, como pasó con la Keitai y la Kinmei, intentando llevar a cabo una unificación.
La realeza Yamato todavía se sostuvo culturalmente con la introducción de elementos traídos de China, como el calendario o el budismo, pero a finales del período el sistema colapsó por el conflicto entre los clanes Soga y Mononobe, sintoísta el primero y budista el segundo, que desembocó en la proclamación del príncipe Shotoku y la emperatriz Suiko, que acometieron una profunda reforma de la que salió el llamado Estado de Ritsuryō. A su muerte hubo una segunda reforma, conocida como Taika no Kaishin, y en el 701 ya empezó a usarse escrito el nombre Japón (aunque pronunciado «Yamato»), trocándose asimismo el cargo de mandatario de okimi a tenno (emperador).
Comentábamos antes que Sujin fue uno de los catorce primeros emperadores según la tradición; todos ellos, hasta Chuai, se consideran legendarios, aun cuando Sujin presenta ciertos indicios de historicidad. Hay quien extiende la lista dudosa a los catorce del período Kofun, por lo que el primero propiamente dicho sería Kinmei, ya en el período Asuka, en el 509 d.C.
A partir de éste se sucedieron ciento uno más, repartidos por los períodos Asuka, Nara, Heian (a partir del cual el clan Fujiwara empezó a manipular el poder imperial como sessho -regente- lo que desembocaría en el shogunato), Kamakura, Nambokucho y Edo, hasta entrar en la época contemporánea (la de la Revolución Meiji), en la que hay que sumarles otros cinco incluyendo el actual, Naruhito. El espectro cronológico va desde el año 711 a.C. (si aceptamos a los legendarios) hasta hoy.
Por lo tanto, la Casa Imperial de Japón es la monarquía hereditaria continua más antigua que existe. Constituye «el símbolo del Estado y de la unidad del pueblo», según su constitución, y aunque es común referirse a ella como la Casa Yamato, en realidad carece de apellido y cada uno de sus representantes da nombre a su reinado; así, Mutsuhito ha pasado a la posteridad como Meiji e Hirohito lo ha hecho como Showa. Obviamente, su cabeza es el tennō (emperador), cuya familia imperial incluye a la kōgō (emperatriz), el jōkō (emperador emérito), el kōtaishi (príncipe heredero), los shinnō (infantes) o las naishinnō (infantas) y otros parientes diversos.
Desde 1947, cuando once shinnōke (ramas de la familia) fueron obligadas por el Rengōkokugun saikōshireikan (Comandante Supremo de las Potencias Aliadas, a la sazón el general McArthur) a renunciar a sus derechos sucesorios y se excluyó de la sucesión a las mujeres, actualizando una disposición legal de 1889, la familia imperial se reduce a los descendientes masculinos del emperador Yosihito, hijo del famoso Mutsuhito y padre del no menos célebre Hirohito. Por eso a éste le sucedió su primogénito Akihito y a éste, tras abdicar, su vástago mayor Naruhito. Sin embargo, Naruhito únicamente tiene una hija, la princesa Aiko, por lo que en principio, el primero en la línea de sucesión sería el hermano del emperador, Fumihito, príncipe de Akashio.
En 2005 el gobierno japonés estudió un cambio que permitiera reinar a Aiko, pero quedó en suspenso al año siguiente, cuando ella dio a luz al príncipe Hisahito, que se sitúa así tercero en la línea sucesoria, detrás del mencionado Fumihito y del hijo de éste, Hisahito. Esta compleja situación deviene de la exclusión femenina (a pesar de que hubo ocho mujeres que reinaron; la última, Go-Sakuramachi, entre 1740 y 1813).
Las princesas pierden sus títulos al casarse con alguien ajeno a la familia imperial, de ahí que ésta se componga actualmente de sólo diecisiete personas. Ello es un reflejo de la tradición anterior a los Meiji y está refrendado por el capítulo uno de la Constitución de Japón y por la Kōshitsu Tenpan o Ley de la Casa Imperial.
Algunas de aquellas ramas colaterales se extinguieron, quedando hoy cinco que forman la Kyū-Miyake o Antigua Familia Imperial; son los Fushimi, los Asaka, los Higashikuni, los Kaya, los Kuni y los Takeda. Sin embargo, no forman parte de la kōshitsu y, consecuentemente, no tienen posibilidad de ocupar el Trono del Crisantemo, nombre que se da al trono imperial porque el crisantemo es la flor nacional y constituye el escudo de armas del emperador, aunque la expresión Trono del Crisantemo se utiliza también como sinónimo de la monarquía nipona, de forma similar al término Corona (o incluso Trono mismo) empleado en Occidente.
El emperador tiene una función meramente representativa, de jefe del estado, sin poderes políticos, si bien, al igual que el rey de Inglaterra es la cabeza de la Iglesia Anglicana, él es sumo sacerdote del Shintō («Camino de los dioses»), el sintoísmo, la religión nativa del país que en la Edad Media experimentó cierto sincretismo con el budismo (por tanto, carece de libertad de culto).
Eso sí, tras la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, Hirohito renunció formalmente a la tradición de ser considerado de origen divino, hijo de la diosa del sol Amaterasu Okami. El papel de Hirohito -cuyo reinado se denomina Shōwa porque es habitual ponerle un nombre cuando el titular fallece- en la contienda resultó muy controvertido, pero no fue el único.
Otros, como los príncipes Higashikuni Naruhiko (tío de Hirohito y primer ministro), Yasuhito Chichibu (hermano menor de Hirohito y general del ejército), Takahito (otro hermano, oficial de caballería) y Tsuneyoshi, fueron acusados de participar indirectamente (autorizando, financiando y facilitando medios) en los experimentos con seres humanos del siniestro Escuadrón 731, si bien MacArthur los exoneró. A ese pasado se debe, en parte, que la familia imperial dejara de visitar el Santuario Yasukuni, lugar de culto donde se venera a los caídos japoneses en combate pero que incluye al millar de condenados y ejecutados por crímenes de guerra.
Pese a esos puntos escabrosos, la mayoría de los japoneses apoyan la monarquía parlamentaria. En 2016 su presupuesto se calculó en seis mil cien millones de yenes que se destinan a pagar a los empleados: son cerca de un millar, debido a la rigidez del protocolo, que impide que un mismo operario haga funciones distintas, y eso incluye mayordomos (casi medio centenar por cada miembro de la familia), jardineros, fontaneros, electricistas, médicos (siempre hay cuatro de guardia), sacerdotes, mozos de cuadra, músicos (hay una orquesta de gagaku, música tradicional), criadores de gusanos de seda, chóferes y hasta una treintena de arqueólogos encargados de mantener las tumbas reales.
También se destina parte del dinero a financiar una pequeña clínica, una bien nutrida bodega, las fincas de cultivo, la Kouguu-Keisatsu Hombu (Cuartel General de la Guardia Imperial, que cuenta con novecientos efectivos) y el parque móvil, así como los sueldos asignados a cada miembro de la realeza (no pueden desempeñar otro trabajo).
Curiosamente, en los viajes hay un tope de ciento diez libras por noche y persona. Esos fondos salen del Estado, pues si bien la monarquía nipona era una de las más ricas del mundo hasta la Segunda Guerra Mundial, al no haber distingo entre las propiedades de la corona y las del emperador a título personal, luego sí se separaron.
Muchos palacios y tierras fueron donados o vendidos, pasando a propiedad estatal, mientras el personal se reducía a una sexta parte. Incluso así, el testamento de Hirohito registró en 1989 una fortuna de once millones de libras esterlinas; el patrimonio de su hijo fue calculado en 2017 en torno a cuarenta millones de dólares.
Los palacios de Kōkyo (en Tokio) y Kyōto Gosho (en Kioto), así como otros inmuebles (villas, palacetes, granjas, residencias cotos de caza…) pertenecen al Estado. Esa privilegiada posición económica no es más que otro fleco de los muchos que separan a la familia imperial -que de hecho no figura en el registro civil– de los ciudadanos comunes.
Unos y otros, por ejemplo, jamás se relacionan personalmente ni por teléfono o Internet; si un miembro de la Casa hace un pedido por correo –no pueden visitar tiendas– debe poner el nombre de un empleado. De hecho, su actividad es vigilada las veinticuatro horas del día y hasta se controla su comida, recibiendo los cocineros de palacio la orden de no sobrepasar las mil ochocientas calorías; los menús, por cierto, suelen combinar comida autóctona con occidental y, según rumores, nunca se preparan recetas chinas.
El Jijū-shoku (Junta de Chambelanes), un departamento interno de la Agencia de la Casa Imperial (el órgano administrativo encargado de gestionar la monarquía), se ocupa de los asuntos relacionados con el emperador, la emperatriz y sus hijos solteros, así como del emperador emérito y su consorte. Entre sus cometidos figuraban antaño, hasta 1945, detalles tan minuciosos como la vestimenta que debía usar el emperador y sus parientes en cada momento, ya fuera tradicional, militar o civil; hablamos de múltuples opciones, cada una apropiada para cada ocasión.
Otra institución importante es el Kōshitsu Kaigi (Consejo de la Casa Imperial), creado en 1947 y formado por diez personas -encabezadas por el primer ministro- para tratar temas como los matrimonios de familiares, la pérdida de estatus, los cambios en la sucesión y la regencia. Actualmente, el Trono del Crisantemo está ocupado por Naruhito, que sucedió a su padre Akihito por abdicación de éste. Su reinado, junto a su esposa Masako, se conoce como la era Reiwa -tal será su nombre póstumo-, relevando a la Heisei de su progenitor. (LBV)