HOY LA HISTORIA RECUERDA EL FALLECIMIENTO DE EVA PERON Y AFLORA SU RECUERDO

La noche del 25 de julio le había dicho a una de sus enfermeras, María Eugenia Álvarez, “ya queda poco”. “A mí me queda poco”, dijo Eva, según reconstruyó décadas después su acompañante en esas horas. Ella y una de las mucamas de Eva, Hilda Cabrera de Ferrari, serían quienes escucharan, al amanecer del día siguiente, sus últimas palabras: “Me voy, la flaca se va… Evita se va a descansar”.
Eva sabía lo que le estaba pasando a su cuerpo y a su vida. Por esas horas, también le había dicho a su madre, que evitaba llorar delante suyo: “Me voy a descansar. Eva se va”. Según reconstruyó Perón después, aquel 25 de julio, ella le habló bajito: “No abandones nunca a los pobres. Son los únicos que saben ser fieles”.
Estaba triste, sabía que se moría, y se había lamentado apenas unos días antes por su aspecto: “Lo que llegué a ser y mire cómo estoy ahora…”, le dijo a su peluquero, mirándose en una foto de unos años anteriores.
El 26 de julio de 1952 Buenos Aires amaneció bajo un cielo gris, de esos que avisan que tal vez llueva. Álvarez, la enfermera, se acercó al cirujano Ricardo Finocchietto a eso de las 11 de la mañana y le pidió en un susurro que chequeara a Eva. El médico encontró un pulso débil y era prácticamente imposible despertarla. Hacia las 16.30 una nueva revisión médica confirmó que Evita estaba en coma, un estado del que no se recuperaría.
Juan Domingo Perón acompañaba a su esposa en esa especie de habitación hospitalaria que se había acondicionado para atenderla en la residencia. También estaba Juana Ibarguren, la madre de Eva, junto a sus otros hijos, Elisa, Erminda, Juan y Blanca.
Además del cirujano, había un cardiólogo, un radiólogo, un ginecólogo y el cirujano oncológico que había recomendado a su colega estadounidense. Algunos de los funcionarios de gobierno más cercanos a Perón iban y venían por la residencia.-
No hubo estertores en la muerte de Eva. “Fue un momento muy fuerte… Quedó como angelada, bella, en paz. Fue como si se hubiera dormido, hasta que no hubo más pulso ni más respiración. Se fue tranquila, en una paz absoluta”, reconstruyó la enfermera, que guardó el pañuelo con el que secó las últimas lágrimas de Eva.
Pasadas las ocho de la noche, uno de los médicos miró a Perón y le confirmó lo que todos en la habitación sospechaban: “No hay pulso”. Finochietto cerró los ojos de Evita. Juan Domingo Perón se puso a llorar “Como un niño”, reconstruiría la enfermera, en referencia al dolor del Presidente. Lo primero que dijo fue: “¡Qué solo me quedo!”.
Fue el locutor Jorge Furnot a las 21.36 quien anunció para que se enterara toda la Argentina: “Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”. Desde allí se tejería otra historia y su recuerdo aún hoy estremece las almas y corazones de muchísimos argentinos y no aplacó el odio visceral que otros sienten aún sin haberla conocido ni vivido aquellos años y que no empatizan con la suerte de los demás a quienes nada importa». (Fuentes Vs)