LA TEORIA QUE DICE QUE FUERON LOS MOSQUITOS QUIENES ACABARON CON EL IMPERIO ROMANO
Desde la época de la Primera Guerra Mundial, ABC ya recogía en sus páginas esta teoría, sobre la que se siguió ahondando a lo largo del siglo XX y el XXI. El 15 de agosto de 1915, mientras Europa se desangraba en feroces combates, una noticia de este diario comentaba: «Mucho más que los zepelines, las moscas y los mosquitos, conductores de la malaria, constituyen el terror de Inglaterra.
Según los señores Plowman y Deardan, autores de un libro muy documentado sobre el asunto, la decadencia de Grecia fue obra de los mosquitos, quienes ayudaron también, y de un modo muy poderoso, a la caída del Imperio Romano».
Y, a continuación, se preguntaba: «¿Acabarán asimismo los mosquitos con el imperio inglés? ¿Harán ellos lo que no logran hacer los zepelines alemanes y los obuses de 42? Es decir, este imperio inglés, el más grande que han visto los siglos, ¿morirá en la cama, de una simple enfermedad infecciosa?».
En el caso del Imperio Romano se tuvieron en cuenta siempre otras causas que, evidentemente, intervinieron en su caída, como el enfrentamiento entre el Senado y el emperador, la corrupción generalizada, la excesiva expansión y las constantes guerras, entre otros, pero la hipótesis de la malaria se mantuvo durante los siglos XX y XXI.
En 1930, ABC explicaba en otro artículo: «La lucha entre el hombre y el mosquito es muy antigua, y hasta hace poco los mosquitos eran los vencedores. Algunos eruditos opinan que la malaria, es decir, los mosquitos, fueron la causa de la decadencia del Imperio Romano». Y en 1994, se daban nuevos datos que apoyaban la misma teoría, basándose en un «macabro descubrimiento» realizado por el profesor David Soren, especialista en arqueología clásica de la Universidad de Arizona, en las orillas del río Tíber:
«Cavando en las ruinas de una villa romana en la localidad de Lugnano in Teverina, a cien kilómetros de la capital de Italia, los arqueólogos norteamericanos se han topado con un gran cementerio de niños sobre el río Tíber. Durante los dos últimos años, el doctor Soren ha desenterrado un total de 49 pequeños esqueletos. El amplio cementerio pasa por ser el camposanto infantil más grande de todos los descubiertos en Italia.
En los cuerpos, los arqueólogos han estudiado los signos de una epidemia que hasta ahora solo se conocía por los textos literarios. Todas las evidencias confirman la teoría de que la malaria debió ser rampante en los últimos siglos de la Roma imperial. El terreno pantanoso que rodeaba la metrópoli sirvió como escenario ideal para los mosquitos que contagiaban los ‘vapores de verano’, como llamaban los clásicos a esta enfermedad».
Desde el principio, la abrupta acumulación de cuerpos en ese cementerio apuntaba a un brote epidémico con especial virulencia. La presencia de crías de perro decapitadas se consideraba, también, un ejemplo del nivel de desesperación que debieron sufrir los habitantes de esta localidad. Aunque en aquel tiempo eran oficialmente cristianos, esta vuelta a rituales paganos podría simbolizar el tremendo estrés al que debieron estar sometidos por la malaria.
«Todo en este lugar es extraño y a la vez interesante. La preservación de los esqueletos es destacable y también están todas esas crías de perro. No hay nada en referencia a los dioses romanos o a las creencias cristianas, solo restos de lo que se considera brujería rural», apuntaba Soren en un artículo publicado en la revista ‘Archaeology’.
La teoría del arqueólogo se apoyaba igualmente en un edicto aprobado en enero del 451 contra la venta de niños, que consideraba una consecuencia de los grandes problemas de salud pública en la Roma clásica, ya que numerosos padres desesperados solían vender a sus hijos sanos para emigrar a sitios más saludables.
La historia de la Antigua Roma está, efectivamente, estrechamente relacionada con la malaria, una enfermedad que era frecuente en las mencionadas marismas pontinas que rodeaban a la capital y en las que se acumulaban los mosquitos que la transmitían. La célebre enfermera británica del siglo XIX, Florence Nightingale, se refería a ellas como «el valle de la sombra de la muerte». Un azote que también sufrieron los cartagineses durante las guerras púnicas y los bárbaros en las posteriores.
En 2016, un análisis de ADN realizado por un equipo internacional de investigadores en varias regiones de Italia confirmó que la malaria, efectivamente, ya existía hace 2.000 años. La misma enfermedad que, por cierto, había afectado a 95 países también en 2015. La investigación, que fue publicada en la revista ‘Current Biology’, encontró evidencia genómica mitocondrial de esta pandemia en los dientes de una serie de cuerpos enterrados en tres cementerios datados entre los siglos I y III.
«La malaria era, probablemente, un patógeno histórico significativo que causó una muerte generalizada en la antigua Roma», explicaba Hendrik Poinar, director del Centro de ADN Antiguo de la Universidad de McMaster donde se realizó el trabajo.
De hecho, el declive en la segunda guerra púnica del Ejército cartaginés había comenzado mucho antes de la famosa derrota de Aníbal en la batalla de Zama en el 202 a. C., la cual significó el final de este conflicto que había durado los diecisiete años anteriores. Los mosquitos ya se habían cebado con sus tropas, acampadas en las cercanías de Roma y de sus ciénagas, en las que se transmitió la famosa enfermedad. En este caso, por lo tanto, el insecto Anopheles que la causaba contribuyó a proteger a la capital romana.
Pero no la salvó, según argumenta Timothy Winegard en ‘El mosquito’ (Ediciones B, 2019): «La intensidad del laboreo agrícola en la vecindad inmediata de Roma hizo que las marismas se expandieran, lo que intensificó la malaria endémica, al tiempo que sometía a una exigencia extrema la producción de los alimentos que requería la población en aumento de la ciudad.
Este efecto de bola de nieve palúdico crónico fue un catalizador directo de la decadencia y caída del Imperio romano. La sociedad y sus apéndices económicos, agrícolas y políticos no pudieron prosperar, y mucho menos mantener el ‘statu quo’, cuando la malaria habitual creó un tiovivo de enfermedad que sangró el trabajo». (ABC ciencia)