NÍNIVE Y BABILONIA: DESCUBREN LOS LODOS DEL DILUVIO
Cualquier viajero que caminase por la Mesopotamia del Tigris y el Éufrates antes del nacimiento de la arqueología torcía el gesto, extrañado, ante las colosales moles de arcilla que se alzaban junto a los poblados de adobe que jalonan el actual Irak.
Región llana, árida, sin más relieve que las palmeras, aquellas colinas terrosas e informes no poseían ningún interés para los nativos, más que como cantera y lugar de enterramiento. Hasta que, alumbrados por los descubrimientos de Schliemann en Troya, y en posesión de las ideas de Wicklemann, una generación de arqueólogos alemanes decidió prestar atención a estas curiosas colinas.
Poco o nada se sabía de Nínive, Babilonia, Asiria, y los reinos que sólo aparecían mencionados en la Biblia, reyes crueles y antiguos que habían perseguido y castigado a los judíos y a sus profetas. Y sin embargo, la intuición indicaba que el secreto de Mesopotamia podría encontrarse bajo aquellas colinas pardas.
Los picos comenzaron a cavar, y una a una, comenzaron a emerger las antiguas ciudades que muchos tomaban por fruto de leyendas. Primero emergió Nínive, la orgullo capital de Sargón y los asirios, con sus toros alados, palacios y obras de arte que demostraban al mundo que una civilización paralela a la egipcia había podido competir contra el esplendor de los faraones.
Después se encontró Babilonia, y en ella, la Torre de Babel, Etemenanki, el enorme zigurat que provocó el bíblico mito sobre la creación de los idiomas, y muy cerca, los jardines colgantes, maravilla del mundo antiguo. Todo aparecía bajo metros y metros de tierra, enterrado en lo profundo de aquellas colinas arcillosas que no eran más que ciudades con siglos de tierra y polvo acumulados entre sus calles.
Y por último apareció el principio. Leonard Woolley, arqueólogo británico (foto), excavaba en Ur durante las primeras décadas del siglo XX, deseando alcanzar llegando los niveles más antiguos un lugar que sólo aparecía en los mitos. Aquella ciudad había sido la primera de las urbes, hogar de un pueblo al que podemos considerar como nuestro más lejano pariente: los sumerios.
Ellos crearon los códigos de leyes que más tarde imitaría el rey babilonio Hammurabi, sistemas matemáticos y astrólogos, y el arco, elemento arquitectónico sin el cual Occidente jamás hubiese logrado edificarse. Y sin embargo, existía un principio aún más antiguo que los sumerios.
Woolley descubrió, tras doce metros de tierra y sedimentos, una gruesa capa de arcilla completamente limpia que no presentaba resto humano alguno. Era limo, uniforme y compacto, agrupado en una única capa de dos metros de espesor. Sólo un aluvión podía haber dado lugar a tal hallazgo, una inundación colosal provocada por la tierra y el mar al mismo tiempo. Los sumerios debieron haber conocido una enorme inundación…
Y entonces, Woolley y toda la comunidad científica internacional reconocieron, una vez más, cómo el mito pasaba a ser Historia, y el mundo de las leyendas cobraba vida: aquel limo sólo podía corresponder con el Diluvio Universal, el bíblico desastre que alumbró nuestro mundo. Ur, al igual que Troya, había dado la razón a los cantores del pasado: sólo hay que saber leer y escuchar para poder encontrar algo. (Carlos Serrano-Traveller)