LUGDUNUM, LA MAYOR BATALLA DISPUTADA ENTRE EJÉRCITOS ROMANOS
El 19 de febrero del año 197 d.C. dos enormes ejércitos se encontraron frente a frente para dirimir de forma definitiva cuál de sus respectivos líderes iba a quedar al frente del Imperio Romano, si Septimio Severo o Clodio Albino.
El primero era el emperador vigente, reconocido por el Senado y había cogobernado junto al otro, al que nombró ćesar, hasta que decidió sustituirlo por su propio hijo, Caracalla. Entonces Clodio se alzó en armas y todo se decidió en la Galia, en la batalla de Lugdunum, considerada la mayor de las disputadas entre fuerzas romanas en toda su historia.
El 193 d.C. no recibe el nombre de año de los cinco emperadores por capricho. Cómodo, el frívolo hijo de Marco Aurelio, sucedió a su padre en el 180 y mantuvo el poder hasta el 192, cuando murió estrangulado por un esclavo llamado Narciso en el contexto de una conspiración para librarse de él, por las extravagancias y caprichos que había demostrado, tramada por el prefecto de la Guardia Pretoriana, Quinto Emilio Leto. El Senado entregó el imperium al prefecto de la Ciudad, Publio Helvio Pertinax, quien previamente había prometido a los pretorianos una buena suma de dinero para ganarse su apoyo.
Pero, dado que las finanzas no iban bien debido al despilfarro de Cómodo, Pertinax no sólo fue incapaz de cumplir su promesa de compensación económica a los guardias sino que además tuvo que recortar su presupuesto.
Eso le costó la vida, tras apenas tres meses de gobierno, y el trono fue subastado por los pretorianos a los dos candidatos que se presentaron: Tito Flavio Sulpiciano, suegro de Pertinax, y Marco Didio Juliano, un senador muy apreciado que fue quien se llevó el gato al agua al módico precio de veinticinco mil sestercios para cada soldado. Pero Juliano tampoco iba a durar.
Si los pretorianos le auparon, el resto del ejército no, como tampoco el pueblo, así que no tardaron en llegar noticias de insurrecciones de varios generales. Tres en concreto: Cayo Pescenio Níger en Siria y Egipto, Décimo Clodio Albino en la Galia Belgica y Britania, y Septimio Severo en Panonia Superior e Ilírico (los Balcanes).
Cada uno contaba con tres legiones, sin contar las unidades auxiliares que multiplicaban considerablemente sus efectivos. El primero era el favorito de los romanos, pero tenía el problema de estar muy lejos; Severo contaba con la ventaja de ser el más cercano y además se ganó a las tropas prometiendo vengar a Pertinax, que era muy querido en el ámbito militar.
Severo, aclamado por sus hombres como emperador, emprendió la marcha sobre Roma y firmó una alianza con Albino, prometiéndole un gobierno compartido y nombrándole césar. De ese modo, sus ejércitos sumaban dieciocho legiones y Juliano, ante la insuficiencia de fuerzas con que defenderse, recurrió a medidas tan estrambóticas como intentar adiestrar para la guerra a los elefantes del circo, sin éxito.
Desesperado, envió un mensajero a Severo para negociar pero el general lo ejecutó y siguió avanzando. El último recurso de Juliano, los pretorianos, también falló cuando decidieron salvarse retirándole su apoyo.
El general rebelde llegó a Roma y exhortó a la Guardia Pretoriana a acudir a su campamento para jurar fidelidad y recibir la inmunidad por sus acciones anteriores. Era una trampa, como explicamos en otro artículo: sus legionarios los desarmaron y ejecutaron a sus jefes.
A continuación, el cuerpo fue reconstituido con soldados de Panonia e Ilírico, de plena confianza. El caso es que Severo entró en Roma y fue confirmado como emperador, mandando aplicar la pena capital también a Juliano. El último escollo era el otro sublevado, Pescenio Níger, que no quiso renunciar a su propia ambición y llegó con sus tropas hasta Tracia, dispuesto a tomar el poder por la fuerza.
Severo le derrotó, obligándolo a retirarse y persiguiéndolo hasta Issos; y allí, en el mismo lugar donde Alejandro había aplastado a Darío III, Níger perdió su última opción. Trató de refugiarse en Partia, donde contaba con la alianza del rey Vologases V, pero fue alcanzado en Antioquía y ejecutado in situ.
Después, los partos tuvieron que entregar a Roma algunos de sus territorios, caso de Osroene y Adiabene. Todo quedaba despejado para que Septimio Severo y Clodio Albino pudieran gobernar con tranquilidad. Pero la palabra tranquilidad no resultaba duradera en el Imperio Romano.
Al nuevo emperador no se le escapaba que su posición, aunque fuerte por el momento, dependía de algunas cosas; entre ellas, el hecho de no ser nacido en Roma sino en una provincia de la que hasta entonces no había salido ningún gobernante y tener que compartir con otro militar que quizá a la larga no se conformaría con su cargo de césar.
Así que Severo emprendió una campaña de imagen asegurando que Marco Aurelio le había adoptado -por lo que sería hermanastro del malparado Cómodo-, autoconcediéndose pues legitimidad al vincularse con la dinastía Antonina y, por consiguiente, designando a su hijo mayor como heredero pese a que sólo tenía siete años. El siguiente paso, debió de pensar Albino, sería ordenar su muerte, por lo que decidió adelantarse autoproclamándose augusto.
Era el invierno del 195 y en Roma volvían a soplar los vientos de la guerra civil. Como si quisiera darle la razón a Albino, la insurrección de éste sirvió de excusa a Severo para mandar matar a la mujer e hijos de Níger, no fuera que pensaran en aliarse con él.
Luego arrancó al Senado la declaración de su antiguo colaborador como enemigo público y, a principios del año 196, asignó a su mano derecha Publio Cornelio Anullino, el hombre que derrotó a Níger, el cargo de prefecto urbano, lo que le aseguraba seguridad interna. Necesaria porque había tomado la decisión de dirigir personalmente y sobre el terreno la campaña contra Albino, al haber fracasado hasta cinco tentativas de acabar con él.
Albino se había acantonado en Lugdunum, la actual Lyon, con sus tres legiones de Britania (II Augusta, VI Victrix y XX Valeria Victrix), a las que logró añadir la VII Gemina de Lucio Novio Rufo gobernador de la Hispania Tarraconense (aunque algunas fuentes dicen que permaneció neutral) y otras fuerzas menores. No parecía suficiente para enfrentarse a un enemigo que sumaba dieciséis legiones, entre ellas cuatro del Rin (I Minervia, VIII Augusta, XXII Primigenia y XXX Ulpia Victrix) y doce del Danubio (I Adiutrix, I Italica, II Adiutrix, II Italica, IV Flavia Felix, V Macedonica, VII Claudia, X Gemina, XI Claudia, XIII Gemina y XIV Gemina).
Esa disparidad de efectivos hizo que Albino tomase la iniciativa, atacando al legatus Augusti pro praetore de Germania Inferior, Lucio Virio Lupo, al que infligió una derrota… que no bastó para hacerle cambiar de bando.
Entonces se planteó marchar directamente sobre la península itálica, pero sus oficiales le disuadieron, dado que ello implicaba cruzar los Alpes y el enemigo los había guarnecido, lo que podría provocar demasiadas bajas y no estaban en situación de debilitarse aún más. Habían tardado excesivamente en pasar el Canal de la Mancha, dando tiempo al enemigo a posicionarse.
Así llegó el invierno y, entretanto, Severo reunió todas sus tropas y puso rumbo a la Galia para ocuparse personalmente del problema. En Viminacium, la capital de Moesia Superior (en la actual Serbia), base de las legiones VII Claudia y IV Flavia Felix, pronunció a sus hombres un emotivo discurso que sirvió de escenificación para descalificar a Albino como traidor y, consecuentemente, retirarle el cargo de césar, que traspasó a su hijo Lucio Septimio Basiano, al que había rebautizado Marco Aurelio Antonino y que ha pasado a la historia con el apodo de Caracalla (alusivo a un tipo de túnica gala con capucha a la que se aficionó en el Rin y el Danubio, poniéndola de moda).
Si el primer enfrentamiento había sido entre Albino y Virio Lupo, el siguiente también fue menor. Menor y extraño, porque, según cuenta Dión Casio, lo protagonizó un simple maestro de escuela que actuó por su cuenta.-
Pese a lo limitado de esa victoria en el plano militar, resultó muy provechosa en el económico, pues Numeriano se hizo con un sustancioso botín de setenta millones de sestercios que entregó al emperador.
Éste, asombrado, quiso nombrarlo senador de verdad y colmarlo de riquezas, pero el otro lo rechazó «pasando el resto de su vida en algún lugar de la campiña y recibiendo una pequeña asignación del emperador para sus necesidades diarias». Tan enigmático episodio se unía a otros que venían a envolver aquella guerra civil en un aura que parecía más allá de lo material.
Y es que Dión Casio también reseña incidentes arcanos como una especie de fuego en el cielo nocturno y una lluvia plateada que cubrió de una pátina algunas monedas; pero, sobre todo, el grito que exclamaron, insólitamente todos a una, los espectadores que, al comienzo de la contienda, asistían en Roma a una carrera de cuadrigas durante las Saturnales.-
Este tipo de simbología ejercía un poderoso influjo en los romanos, que no solían hacer nada sin consultar antes a los augures; parece ser que Severo era especialmente creyente en ese sentido y cuenta la Historia Augusta que hizo una consulta antes de partir de Panonia, donde se hallaba tras interrumpir su campaña contra los partos, asegurándosele que ganaría y su rival moriría cerca del agua.
Quizá el rumor se propagó porque fueron varios los generales que desertaron del bando rebelde, mermando sus filas; no todos, claro, pues Lucio Novo Rufo, gobernador de la Hispania Tarraconense, hizo justo lo contrario con su Legio VII Gemina y otros, si no se presentaron personalmente con sus fuerzas, sí que aportaron fondos.
En cualquier caso, Severo llegó a la Galia para descubrir que, en contra de lo que creía, su enemigo contaba con casi tantos efectivos como él. El primer choque directo entre ambos ocurrió en el este galo, en Tinurtium (la actual Tournous, en Borgoña), donde se impuso Severo pero no de forma definitiva; todavía habría que librar una gran batalla final que resultase concluyente y el lugar fue Lugdunum, la actual Lyon, a donde se había retirado Albino, el día 19 de febrero del 197.
Como suele pasar, los detalles del enfrentamiento son confusos, al igual que lo son los números. Casio dice que había ciento cincuenta mil soldados por bando, cifra prácticamente imposible porque sumarían trescientos mil, que equivaldría a un setenta u ochenta por ciento de las fuerzas totales del imperio sobre el papel (treinta y tres legiones más sus auxiliares respectivos).
Los cálculos de los historiadores son más modestos, pese a lo cual siguen siendo considerables: Severo tendría unos sesenta y cinco mil hombres y Albino alrededor de cincuenta mil, un tercio de ese total, teniendo en cuenta que el primero llevaba a ilirios como aliados (en este contexto, Iliria engloba Panonia, Moesia y Dacia) y el segundo britanos.
Con semejante cantidad de gente, no ha de extrañar que la batalla se prolongase más de dos días, algo poco frecuente en una época en la que apenas solían durar unas horas. En ese tiempo, uno y otro contendientes se alternaron en tomar ventaja y perderla, de modo que el resultado estuvo incierto hasta casi el último momento.
La intervención de la caballería resultó decisiva. Albino tuvo que escapar y ocultarse en una casa, donde se quitó la vida dejando detrás un paisaje dantesco, con cerca de treinta mil muertos.
Severo ordenó cortar la cabeza de su adversario y enviarla a Roma para ser expuesta en una pica como advertencia a los senadores que habían apoyado a su antiguo compañero, veintinueve de los cuales también fueron ejecutados (entre ellos Sulpiciano, el suegro de Pertinax), al igual que Lucio Novio Rufo (sustituido en su provincia hispana por Tiberio Claudio Cándido).
Esa saña, que según la Historia Augusta se amplió con la profanación del cadáver de Albino (colgado en el campamento para después ser arrastrado y arrojado al Rin junto a su esposa e hijos) y una feroz represión por todo el imperio, sentó mal entre los patricios, que no obstante permanecieron inermes ante el terror desatado.
Lugdunum fue incendiada y Britania quedó escindida en dos provincias (Superior e inferior) con Lupo como procónsul, si bien las fuerzas romanas con que éste contaba en la isla se habían debilitado tanto al tener que ceder efectivos para la guerra civil que tuvo que retirarse desde el Muro de Antonino hasta el de Adriano y pagar a los meatios para evitar que se aliaran con los caledonios.-
Irónicamente Severo moriría catorce años después en Britania, en Eboracum, combatiendo uno de los levantamientos propiciados por esa situación (doble ironía si tenemos en cuenta que fue poco antes del aniversario de su victoria en Lugdunum). (LBV)